
Vemos a joven Apolo inclinado y contemplando el tronco del árbol, más bien el lagarto que sube por él. Y lo que pretende Apolo no es sólo contemplar al lagarto sino acabar cazándolo. Esta idea es motivo suficiente para que Praxíteles coloqué al protagonista con su habitual inclinación, la conocida como curva praxiteliana, que también la podemos ver en la obra más famosa de este autor: el Hermes con Dionisios niño.
Es decir, tanto la postura de Apolo como la presencia del tronco que sirve de soporte a la propia figura,
orman parte de la composición narrativa de la escultura.
Nos presenta a un dios Apolo de aspecto aniñado y un tanto afeminado, jugando con un animal. Y por lo tanto casi se pude considerar una obra irrespetuosa hacia uno de los dioses más importantes y querido del Olimpo griego. Sin embargo, la imagen también tiene otras interpretaciones. Una de ellas es simbolizar la fábula en la que se cuenta que Apolo mata a la Pitón y aquí sería una interpretación en versión juvenil, con un dios niño y un reptil convertido en un pequeño lagarto.
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